ChatGPT: La “precariedad laboral oculta” detrás de este fenómeno

Por definición, la inteligencia artificial es un sistema capaz de analizar datos en grandes cantidades, identificar patrones y tendencias y, por lo tanto, formular predicciones de forma automática. Es un avance de la tecnología que viene desde hace más de medio siglo y con el
que interactuamos diariamente aunque no estemos al tanto.
El ChatGPT es un bot (básicamente un robot) de AI generativa creado por OpenAI, que utiliza la tecnología GPT (Generative Pre-trained Transformer) para realizar conversaciones más naturales a través de una red neuronal profunda llamada Transformer. Además, es implementado en una amplia variedad de aplicaciones, incluyendo asistencia virtual, atención al cliente y creación de contenido automatizado.
Pero detrás del ruido que ha generado esta innovación, y el avance que significa para las tecnologías que usan IA, se esconde otra polémica que es mucho menos conocida.
Tiene que ver con los cientos de miles de trabajadores, muchos de bajos ingresos, sin los cuales no existirían sistemas de IA como ChatGPT.
No hablamos de los programadores que diseñan los algoritmos, que suelen trabajar en lugares como Sillicon Valley y cobrar buenos sueldos.
Hablamos de la “fuerza laboral oculta”, como la llamó la asociación sin fines de lucro Partnership on AI (PAI), que agrupa a organizaciones académicas, de la sociedad civil, de los medios y de la propia industria involucrados con la IA.
¿Quiénes componen esta fuerza escondida? Personas subcontratadas por las grandes empresas tecnológicas, en general en países pobres en el hemisferio Sur, para “entrenar” a los sistemas de IA.
Estos hombres y mujeres realizan una tarea tediosa -y potencialmente dañina para la salud mental- que consiste en etiquetar millones de datos e imágenes para enseñarle a la IA cómo actuar.
“No hay nada inteligente de la inteligencia artificial. Tiene que aprender a medida que se le entrena”, explica a BBC Mundo Enrique García, cofundador y gerente de DignifAI, una empresa estadounidense basada en Colombia que se dedica a contratar a estos “anotadores de datos”.
Estos profesionales, más conocidos como “etiquetadores de datos” (data labelers, en inglés), identifican información, como textos, imágenes y videos, y le indican al programa qué es qué, para que la máquina pueda entender qué es cada cosa y aprender en qué contexto usarla.
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En la industria tecnológica llaman a este tipo de tarea “enriquecimiento de datos“.
“A pesar del papel fundamental que desempeñan estos profesionales de enriquecimiento de datos, un creciente cuerpo de investigación revela las condiciones laborales precarias que enfrentan estos trabajadores”, señaló Partnership on AI.
“Esto podría ser el resultado de esfuerzos por ocultar la dependencia de la IA de esta gran fuerza laboral al celebrar las ganancias de eficiencia logradas por esta tecnología. Fuera de la vista también está fuera de la mente”, denunció la coalición, a la que también forma parte OpenAI, la empresa que creó el ChatGPT.
Una investigación de la revista TIME reveló que muchos de los etiquetadores de datos que fueron subcontratados por OpenAI para entrenar a su ChatGPT recibieron sueldos de entre US$1,32 y US$2 la hora.
Según el reportaje del periodista Billy Perrigo, la compañía tecnológica, que cuenta entre sus principales inversores a Microsoft, tercerizó el trabajo de enriquecimiento de datos a través de una empresa de outsourcing llamada Sama, basada en San Francisco, que contrató a trabajadores en Kenia para realizar ese proyecto.
“Nuestra misión es garantizar que la inteligencia artificial general beneficie a toda la humanidad, y trabajamos arduamente para construir sistemas de IA seguros y útiles que limiten el sesgo y el contenido dañino”, dijo el portavoz.
Sama, que también contrata a etiquetadores en otros países de bajos ingresos como Uganda e India para clientes como Google y Meta (dueña de Facebook), se promociona como una “IA ética” y asegura haber sacado a más de 50.000 personas de la pobreza.
En Europa y Estados Unidos se puede entender que ganar eso sea poco, observa, pero en otros países puede representar un buen sueldo.
“Mucha gente critica a nuestra industria por el tema de la paga, pero en DignifAI nuestro piso salarial es de US$2,30 la hora, y eso representa 1,8 veces el sueldo mínimo de Colombia“, señala Enrique García.
“Si el proyecto es más complejo y requiere de anotadores que sean expertos, por ejemplo, arquitectos o médicos, la paga puede subir hasta US$25 la hora”, detalla.
“Hay dinámicas de outsourcing en muchas industrias, no solo esta, así que tampoco es justo etiquetarnos a nosotros como los ‘digital sweatshops´ (talleres clandestinos digitales)”, dice.
Algunos etiquetadores deben adentrarse en los rincones más oscuros de internet y catalogar todo el vasto caudal de material violento, siniestro y perverso que reside allí, para así mostrarle a la máquina a ignorar el costado putrefacto de la gran red de redes.
Según Martha Dark de Foxglove, realizar este trabajo, que es vital, “puede causar trastorno de estrés postraumático y otros problemas de salud mental en muchos trabajadores”.
“Estos trabajos tienen un costo sobre la salud mental de quienes los hacen y deberían recibir cuidados psiquiátricos adecuados además de un salario más justo”, le dijo Dark a BBC Mundo.
Según la activista, las grandes empresas tecnológicas tienen recursos económicos de sobra para proveer este tipo de asistencia, pero no lo hacen porque “ponen las ganancias por encima de la seguridad de sus trabajadores”.