Elizabeth Holmes, la empresaria que construyó un imperio mintiendo, podría ir presa

Elizabeth Holmes, la mujer que con sólo 19 años fundó una empresa con la idea de “democratizar los servicios de salud” y una década más tarde su valor había superado los 9,000 millones de dólares, será sometida a juicio en una corte federal de los Estados Unidos el próximo año, y podría ser condenada a 20 años de prisión amén del pago de multas millonarias.

Theranos, la firma creada por Holmes el año 2003 (entonces con el nombre Real Times Cure) en Palo Alto, California, consiguió acumular 700 millones de dólares en capital de riesgo a partir de la idea de haber desarrollado una tecnología que permitía realizar análisis sanguíneos con apenas un par de gotas, y que a la postre serían más certeros, simples y baratos.

El punto es que aparentemente nada de eso es cierto y Holmes habría mentido descaradamente a los inversionistas que financiaron su proyecto. Hoy, tanto la emprendedora como su pareja, el otrora presidente de Theranos, Ramesh Balwani, enfrentan 11 cargos criminales, entre ellos dos por conspiración para perpetrar fraude electrónico en contra de los inversionistas que creyeron en ella, así como también en contra de doctores y pacientes.

La Comisión de Bolsa y Valores de los Estados Unidos (SEC, por sus siglas en inglés), ha descrito el caso de Holmes como “un muy elaborado fraude que tomó años en ser fraguado, y en el cual se exageraron o hicieron declaraciones falsas en relación a la tecnología de la empresa, sus negocios y su desempeño financiero”.

El documental The Inventor: Out for Blood in Silicon Valley de Alex Gibney, que tuvo su premiere el 24 de enero de 2019 en el marco del Sundance Film Festival y que casi tres meses después HBO puso al aire para el público en general, no dispuso para su realización de un presupuesto tan generoso y sus ganancias, de haberlas, serán mínimas. Y quizá casual y desafortunadamente es así porque relata la historia del Doppelgänger de Zuckeberger, una mujer tanto o más brillante que él que, sin embargo, cruzó una línea que acaso todos los multimillonarios jóvenes de Silicon Valley han cruzado, pero se adentró tanto que llegado el momento fue incapaz de hallar el camino de regreso.

Con sólo 19 años, Elizabeth Holmes, la hija de Christian Rasmus Holmes IV, alguna vez vicepresidente de la malograda compañía Enron, y Noel Anne Daoust, quien trabajó como asistente de un comité del Congreso, decidió abandonar la Universidad de Stanford para fundar una empresa con la cual pretendía democratizar los servicios de salud. En un principio la llamó Real Times Cure, pero no pasó mucho tiempos antes de que la renombrara Theranos (una fusión de las palabras therapy diagnosis).

Siendo niña, Holmes desarrolló un miedo anormal a las agujas y a las inyecciones. Fue a partir de ello que imaginó la creación de un método con el que pudieran llevarse a cabo pruebas de sangre sin que éstas resultasen invasivas para los pacientes. Así concibió la idea de hacerse de una gran cantidad de información a partir de un par de gotas de sangre que serían obtenidas mediante una punción mínima en la punta de un dedo. Así se lo dijo a Phyllis Gardner, su profesora de medicina en Stanford, a lo que ella respondió: “No creo que tu idea vaya a funcionar”.

Quizá Mark Zuckerberg también escuchó tales palabras cuando decidió ir más allá de la creación de una plataforma de Internet destinada a los alumnos de la Universidad de Harvard, pero, al igual que él, Holmes estaba decidida a transformar su idea en realidad… a costa de lo que fuera.