¿Las ciudades inteligentes deberían prescindir de los automóviles?
Por: Gabriel E. Levy B., AndinaLink
El automóvil fue, sin duda, un símbolo del progreso y de la modernidad durante el siglo pasado. Desde la producción en masa de Henry Ford hasta el auge de los automóviles familiares en la posguerra, el auto se convirtió en una extensión de la libertad individual y un reflejo de los valores de las sociedades industriales.
Las ciudades crecieron alrededor de él; se construyeron carreteras, autopistas, gasolineras y centros comerciales que asumieron la presencia del automóvil como algo fundamental. Jane Jacobs, en su clásico «Muerte y vida de las grandes ciudades» (1961), criticaba este desarrollo urbano orientado al auto, argumentando que destruye la interacción social y limita las posibilidades de una ciudad vibrante y diversa.
Los gobiernos y planificadores urbanos del siglo XX vieron en el automóvil una herramienta para impulsar el crecimiento económico y facilitar el acceso al trabajo y los servicios. Sin embargo, en las últimas décadas, las críticas se han intensificado.
El automóvil es responsable de buena parte de la contaminación urbana y del cambio climático, contribuye a la congestión y, como señalaba el urbanista Lewis Mumford, “su impacto se extiende mucho más allá de la movilidad, condicionando nuestras relaciones y costumbres”.
En este contexto, la idea de un urbanismo centrado en el peatón, en el transporte público y en la bicicleta ha ganado fuerza, especialmente con el surgimiento de la idea de las “Smart Cities”.
Las SmartCities y la utopía de una ciudad sin autos
Con el crecimiento de las ciudades inteligentes, el auto enfrenta un desafío inédito.
La promesa de las SmartCities radica en su capacidad para aprovechar tecnologías avanzadas, desde el Internet de las Cosas (IoT) hasta la inteligencia artificial para gestionar los recursos urbanos de manera más eficiente.
Estas ciudades apuestan por sistemas de transporte integrados que pueden incluir vehículos autónomos, bicicletas compartidas y redes de transporte público inteligentes.
Según Carlo Ratti, profesor del MIT y experto en urbanismo digital, “el futuro de las ciudades no consiste en añadir más autos, sino en reducir nuestra dependencia de ellos”.
Ciudades como Copenhague, Ámsterdam y Madrid han avanzado en la limitación del tráfico automovilístico, promoviendo alternativas de transporte y peatonalizando zonas completas.
En estos casos, el objetivo no es solo reducir las emisiones, sino también crear espacios públicos más amigables y seguros.
Los críticos de esta tendencia, sin embargo, señalan que el auto, pese a sus limitaciones, todavía representa una libertad y conveniencia que difícilmente pueden ofrecer otras formas de transporte. Incluso en ciudades pioneras de la sostenibilidad, el automóvil sigue siendo una pieza importante del sistema de movilidad.
Por otro lado, la idea de una ciudad completamente sin autos plantea interrogantes importantes sobre la equidad y el acceso.
Mientras que muchos centros urbanos cuentan con infraestructuras robustas, las zonas periféricas y suburbanas, donde reside gran parte de la población, suelen depender del auto.
Transformar la ciudad en un espacio sin autos podría, paradójicamente, exacerbar las desigualdades y limitar el acceso al trabajo y los servicios para aquellos que no viven en el centro.
¿Transformar en lugar de eliminar?
Quizá la respuesta no sea eliminar el automóvil, sino transformarlo para que se integre de manera más armoniosa en la ciudad.
Los avances en la tecnología de vehículos eléctricos y autónomos ofrecen una oportunidad para reducir la huella ecológica de los autos y optimizar su uso.
Los vehículos autónomos, por ejemplo, podrían reducir la necesidad de aparcamientos en las ciudades y aumentar la eficiencia del transporte al minimizar la congestión.
Además, la electrificación de los autos ayuda a reducir las emisiones, contribuyendo así a los objetivos de sostenibilidad urbana.
Sin embargo, el simple hecho de hacer que los autos sean más ecológicos no resuelve el problema fundamental de espacio en la ciudad.
Para muchos urbanistas, el principal conflicto no es solo la contaminación, sino el espacio que los autos ocupan y su impacto en la vida urbana.
En su libro «Human Transit», el experto en transporte Jarrett Walker sugiere que «el verdadero desafío es crear un transporte público eficiente que pueda competir en conveniencia con el auto». En este sentido, la apuesta por la tecnología debe ser doble: mejorar los autos y, al mismo tiempo, crear alternativas que reduzcan nuestra necesidad de usarlos.
Modelos ejemplares de ciudades transformadas
Alrededor del mundo, algunas ciudades han comenzado a experimentar con modelos que no eliminan del todo el automóvil, pero sí redefinen su rol en la urbe. En Singapur, por ejemplo, el gobierno ha adoptado políticas de cuotas y altos impuestos para reducir la cantidad de autos en las calles. A través de un sistema de “precio de congestión”, se desincentiva el uso del automóvil durante las horas pico, mientras que una red de transporte público eficiente y asequible cubre las necesidades de la mayoría de los habitantes.
París, por otro lado, ha optado por reducir la velocidad de los autos a 30 km/h en la mayor parte de la ciudad, limitando el espacio para aparcar y promoviendo el uso de bicicletas y scooters eléctricos. Esta estrategia busca reducir el número de vehículos sin eliminarlos por completo, mientras se incentiva la creación de espacios compartidos y peatonales. Anne Hidalgo, la alcaldesa, ha defendido estas políticas asegurando que “París debe ser un lugar para la gente, no para los autos”.
Finalmente, en Estados Unidos, la ciudad de San Francisco ha comenzado a prohibir los autos en ciertas áreas, especialmente en barrios céntricos como el de Market Street.
En este caso, el gobierno local apuesta por un transporte compartido y multimodal, en el que taxis, bicicletas y autobuses eléctricos ofrecen alternativas rápidas y eficientes.
En conclusión
La transición hacia una ciudad inteligente y sostenible no implica necesariamente el fin del automóvil, pero sí requiere una transformación profunda en su uso y función.
El auto, como herencia del siglo XX, no puede seguir dominando el espacio urbano del futuro. La tecnología puede ayudar a hacer que los vehículos sean más limpios y eficientes, pero el verdadero desafío radica en crear ciudades que dependan menos de ellos, apostando por un diseño urbano que priorice a las personas, el espacio compartido y el transporte accesible.
La ciudad del futuro puede coexistir con el automóvil, pero será una ciudad donde el auto ya no sea el rey.
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