Las empresas tecnológicas surgen como los nuevos bancos de inversión

En busca de mayores retornos y algo que hacer con su liquidez, asumen grandes posiciones en ofertas nuevas de ON y las colocan como si fueran JPMorgan o Goldman

Hace unos pocos años, mientras buscaba información sobre el riesgo financiero y dónde se podría plantear, mantuve una fascinante conversación con una economista de la Oficina de Investigación Financiera del Tesoro estadounidense.

Me dijo que observara con detenimiento las ofertas de deuda y las compras de obligaciones negociables (ON) que hacen las empresas más grandes y ricas como Apple y Google. En un entorno de tasas de interés bajas, con miles de millones de dólares en ganancias corporativas anuales, esas compañías calificadas con grado de inversión estaban emitiendo su propia deuda muy barata y usándola para acaparar las ON de alto rendimiento emitidas por otras firmas.

En la búsqueda de mayores retornos y algo que hacer con todo su dinero, de alguna manera estaban actuando como bancos, asumiendo grandes posiciones seguras en ofertas nuevas de ON y esencialmente colocándolas como podrían hacerlo JPMorgan y Goldman Sachs. Al no estar esas compañías reguladas como bancos, era difícil ver exactamente qué estaban comprando, cuánto estaban comprando, y cuáles serían las implicancias en el mercado. Sin embargo, es convincente la idea de que las firmas tecnológicas con elevada liquidez podrían ser las nuevas instituciones de importancia sistémica.

Es por eso que leí exhaustivamente un nuevo informe de Credit Suisse que confirma y cuantifica esta idea. El economista Zoltan Pozsar analizó con detenimiento el u$s 1 billón en ahorro offshore que tienen las compañías “estacionado” en activos líquidos, una fortuna similar a las reservas extranjeras de China no sólo debido a su tamaño para mover el mercado sino a la idea de que ambas fortunas fueron creadas por un “crimen” macroeconómico el mercantilismo en el caso de China, y el arbitraje impositivo para la acumulación de liquidez en las corporativas.

De todas las compañías, el 10% más grande y rico en propiedad intelectual Apple, Microsoft, Cisco, Oracle, Alphabet controla el 80% de estos fondos líquidos. Sus ganancias provienen principalmente de su propiedad intelectual, que puede moverse fácilmente de un país a otro. Sus ahorros offshore pasaron de ser u$s 100.000 millones en 2008 a u$s 700.000 millones en 2016. Y según los cálculos de Pozsar, la mayor parte del dinero no está en efectivo sino en bonos. De hecho, la mitad de eso, en obligaciones negociables.

La tan elogiada fortuna en liquidez que tienen las compañías estadounidenses más ricas, un tesoro que los republicanos citaron como el motivo fundamental por el cual aprobaron su proyecto de “reforma” tributaria, es en realidad una gigante cartera de bonos.

La pregunta es qué significa eso. Significa muchas cosas importantes. Pero empecemos por lo obvio, que los bonos no son dinero en efectivo. Si las compañías están repatriando sus utilidades extranjeras e invirtiéndolas en proyectos que generan crecimiento en Estados Unidos, tal como sigue prometiendo Donald Trump, tendrían que vender su reserva de bonos. Eso tiene implicancias serias para las tasas de interés. Hay que tener en cuenta que la Reserva Federal está empezando a desapalancar su propio balance. Si le agregamos que las empresas venden los activos para repatriar liquidez, habrá una saturación de bonos norteamericanos en el mercado, lo que seguramente subirá las tasas de interés, quizás más rápido de lo que actualmente se espera. La semana pasada vimos el efecto que puede tener incluso un suave cambio en expectativas con respecto a las tasas de interés.

Otro punto a considerar es que sería mínimo el impacto de este escenario de gasto sobre el crecimiento económico real. Los tesoreros de las empresas ya dijeron que la mayor parte de los fondos repatriados se usará para fusiones y adquisiciones, dividendos y recompra de acciones, y no para construir fábricas o subir salarios.

“Eso será bueno para quien tenga acciones de esas compañías, pero no mucho más”, dijo Pozsar. “El billón de dólares que está offshore es la manifestación de mucho de lo que dice Thomas Piketty”, agregó refiriéndose al autor de Capital en el Siglo XXI.

Las fortunas financieras se amasarán y se perderán a medida que este ciclo avance en los próximos dos años la mayor parte de la formalización de acuerdos probablemente termine en 2020, cuando las próximas elecciones presidenciales podrían modificar de nuevo las normas. Sin embargo, nada cambiaría en el panorama de crecimiento económico real. Todavía estamos en las últimas etapas de un ciclo de recuperación, con productividad y demografía chatas, y una expansión que se espera que sea más lenta, y no más rápida, en los próximos años. La división entre Wall Street y Main Street (la economía real) sigue tan absoluta como siempre.

De hecho, el nuevo régimen impositivo republicano probablemente exacerbe esa división al facilitar aún más que las grandes compañías muden su dinero. El giro hacia el sistema territorial implica que las empresas norteamericanas ya no tendrán que participar del juego de emitir deuda para comprar deuda. Simplemente transferirán el dinero adonde más les guste. En un contexto de mayor proteccionismo comercial y ofensiva contra la inmigración, eso podría conducir a un mayor descontento con la globalización, definida como libre movimiento de productos, personas y capital. Tal como escribió Pozsar, “Estados Unidos está abrazando el proteccionismo por un lado, y demoliendo silos de liquidez por el otro”. Si la gente sigue sintiendo que la globalización está armada en detrimento del ciudadano de a pie, se puede apostar a que habrá más populismo político.

Esta vez, el blanco de la furia de los votantes no serán los grandes bancos, sino las corporaciones más grandes y ricas del mundo. Así como los Rothschilds pasaron de ser comerciantes a ser un banco mercantil cuando tuvieron suficiente liquidez en la mano, las compañías ricas especialmente las firmas tecnológicas se han convertido en los ingenieros financieros de nuestros días. Esperemos que los directorios de esas empresas estén pensando en todo lo que viene con eso.

Fuente: Bank Magazine