Te mostramos la cara oculta de Silicon Valley

“Con menos de 150.000 euros al año aquí nadie quiere venir”, dicen en Silicon Valley. El cálculo, según fuentes consultadas, se hace rápido. Un alquiler de un piso de dos habitaciones sale por 4.000 dólares al mes. A esto hay que añadirle un seguro médico, que para una familia puede llegar a 2.500 dólares mensuales. ¿Y la guardería? Habría que añadirle otros 1.800 dólares. Si a esto le quitamos los impuestos, no queda mucho margen para darse alegrías.

Son algunos de los síntomas de la burbuja que está viviendo Silicon Valley, cuyo coste de la vida se está disparando por las nubes. Los precios de los inmuebles (900.000 euros de promedio) se han duplicado desde el 2011.

Las empresas como ‘madres’

Por mucho que los sueldos sean elevados, se entiende que muchos trabajadores opten por cenar y comer en el seno de la misma empresa (y ahorrar dinero). En Silicon Valley, en ausencia del Estado de bienestar, la compañía (tecnológica) se convierte así en una madre que se ocupa de sus empleados incluso en su tiempo libre.

Google (GOOG) es un buen ejemplo de ello. Al entrar en uno de sus edificios se aprecia un bonito piano de cola, que tal vez pueda servir de inspiración. En un letrero colgado en el pasillo, la oferta de ocio es variada: desde cursos de jardinería, pasando por el coro de Google que ensaya El Mesías de Händel, hasta seminarios impartidos por el experto Derrick Carpenter para “superar los pensamientos negativos”. Comenta en La Vanguardia.

Como ejemplo, a las cinco de la tarde, en la cancha de voleibol con arena blanca situada en el jardín entre los edificios, varios empleados juegan un partido “para practicar las técnicas de mindfuldness”. Imposible sentirse solos: en Google cada 45 metros hay una cafetería, que sirve también como espacio de trabajo colaborativo. “Uno no puede trabajar desde casa. Hay que crear conexiones con los otros empleados para que las ideas fluyan”, dicen los trabajadores de Google.

Uno de los lemas de Google es: “La vida es corta, construye cosas que importan”. Lo curioso es que no hay un departamento de innovación propiamente dicho: se da por sobreentendido. Aquí cada trabajador puede dedicar un 20% de su tiempo a proyectos que no tienen nada que ver con su tarea. Así nacieron iniciativas como el gmail o el coche autónomo, por ejemplo.

El empleado acaba trabajando de más

Pero aquí está también la trampa y el lado oscuro de Silicon Valley. Porque de esta manera el empleado, abducido en la compañía, acaba trabajando más de la cuenta. Cuenta Jean-Loup, un ingeniero francés de computación que está haciendo proyectos en la Universidad 42, que está muy cansado del estilo de vida norteamericano.

“La semana que viene tengo una entrevista en Google. Pero me cuesta decir que esto es el sueño de mi vida. Aquí la gente sólo vive por el trabajo. Apenas tiene vida social y como mucho el fin de semana se va al centro comercial. Para un europeo es difícil habituarse a todo esto. Mi sueño es volver dentro de un tiempo a Francia, comprarme una casa en el campo y estar rodeado de cabras”.

Por primera vez en años, empieza a emerger un cierto malestar: la polémica del MeToo ha reavivado las acusaciones de machismo en estas compañías, que ya causaron víctimas ilustres como Travis Kalanick, de Uber.

Ritmo extremo de trabajo

Los ritmos de trabajo en Silicon Valley pueden llegar a ser extenuantes y las exigencias para el empleado son extremas. Quien tiene la fama de duro es, por ejemplo, Jeff Bezos. El fundador de Amazon (AMZN) quiere evitar a toda costa lo que aquí se llama “momento Kodak” o “síndrome de Nokia”. Es decir, dormirse en los laureles, caer en la complacencia y no saber apreciar la emergencia de nuevos modelos de negocio.

Por ello, Bezos, partidario de que “siempre tiene que ser el día 1”, va más allá: cualquier propuesta recibe el “sí” institucional por defecto. Si se quiere rechazarla, hay que argumentar el “no” con un escrito de dos páginas. No sólo eso: ha establecido un código draconiano de cinco puntos, para obligar a los empleados a comunicar y compartir sus ideas con el interfaz de la empresa. Quien no lo hace está despedido.

En este área de San Francisco, ingenieros e informáticos llevan la batuta. No hay mucho espacio para las humanidades. O la humanidad. “Tenemos que buscar una manera sexy para que los usuarios nos cedan sus datos”, repiten en Google. Y en eso estamos. Según comentan fuentes a La Vanguardia.